Chetumal, el “Gibraltar mexicano”

11 septiembre 2011




La frontera con Belice es uno más de los lugares por los que pasa mercancía apócrifa a México. Un protagonista cuenta a MILENIO la mecánica.

Milenio Diarios, 6 de septiembre de 2001. 

Víctor Hugo Michel • Belice.

En Chetumal el contrabando de cigarrillos desarrolló sus propios métodos para evitar la detección. “Tenemos muchos halconcitos que nos dan el pitazo cuando ven un operativo. Son chavos de 17 años que nos avisaban por radio si hay gente de aduanas”, asegura Yair. “En esto todos estábamos muy bien organizados”.

Foto: Jesús Quintanar
Las barcas se hacen al río al caer la noche, cuando prácticamente es imposible detectarlas en medio de la selva y la oscuridad. La orden estricta es remar en silencio y sólo sonar la alarma cuando los halconcitos detectan el riesgo de una redada por parte de los oficiales de aduanas. Pero de todas formas no hay muchas probabilidades de que se les capture: la presencia de policías y militares en ambos lados de la frontera es casi nula.

Por la mañana, si es que por casualidad patrulla la zona, la policía encontrará sólo algunos restos de lo ocurrido. Principalmente bolsas de plástico negro utilizadas para cubrir la mercancía que pasa ilegalmente de un lado a otro, de Belice a Quintana Roo y de ahí al resto de México, por uno de los corredores de contrabando más socorridos de todo el país.

“Cargamos los cayucos (canoas) y cubrimos las cajetillas con plástico para que no se nos mojen los paquetes”, cuenta Yair, un contrabandista de tabaco que hasta hace poco hacía corridas nocturnas a través del río Hondo con cigarrillos ilegales, en especial marcas asiáticas que en México se consumen cada vez con mayor frecuencia. “Cruzar es fácil. No toma más de 10 minutos si está bien planeado.”

Asustado por el creciente uso de amenazas por parte de su jefe, Yair dejó no hace mucho el negocio de los cruces clandestinos. Pero admite que en el tabaco ilegal se hizo de buena paga. “Ganaba hasta mil 500 por noche y trabajaba hasta cinco días a la semana”, dice. Pide ser entrevistado de forma anónima ante el temor a represalias por parte de la banda a la que perteneció, una agrupación basada en Chetumal que tiene vínculos por todo el sureste mexicano.

La mecánica del contrabando de cigarrillos es simple: primero se compra la mercancía en la zona franca de Belice. Después, en su versión pluvial, cruza por el río Hondo, patrullado a lo largo de su extensión apenas por unas cuantas lanchas de la Marina. Son fáciles de eludir: tienen motor y hacen ruido a la distancia. Una vez en México, el cargamento se divide y traslada a una flotilla de camionetas que explotan uno de los 100 cruces ciegos que existen en la zona, senderos que atraviesan las plantaciones de caña y que permiten eludir los controles carreteros hasta llegar a puntos tan distantes como Tabasco.

Pero también se incluye la modalidad por tierra, a bordo de camionetas que “saltan” las aduanas mexicanas por la noche, cargadas al tope de cajetillas. “Cuando lográbamos arreglarnos en aduanas, a veces nos daban media hora para pasar lo que pudiéramos”, dice el ex contrabandista.

• • •

Yair es sólo uno de miles que han hecho lo mismo en el mismo lugar por cientos de años. En la frontera con Belice, la cultura del contrabando es histórica: por aquí, a través del río, entraban miles de armas a México ya en los tiempos de Porfirio Díaz, cuando a Chetumal se le llegó a apodar “el Gibraltar mexicano”.

Por años, contrabandistas británicos aprovecharon la selva para introducir armamento y municiones a la península de Yucatán desde la Honduras Británica, hoy Belice. Estaban destinados a alimentar la rebelión de distintas poblaciones mayas.

Poco más de un siglo después, los británicos se han ido. Pero no mucho ha cambiado en la selva que divide a Quintana Roo de la provincia beliceña de Corozal. Hoy más que nunca el contrabando sigue establecido como una forma de vida atractiva tanto para mexicanos como beliceños que buscan aprovechar la frontera olvidada de México, los casi 200 kilómetros que comparte con Belice.

“Por ahí cruza de todo. No tenemos forma de saber qué tanto”, dice Gumersindo Jiménez-Cuervo, veterano de las guerras policiacas en la zona, hoy jefe de la policía del municipio Othón P. Blanco.

Mucho menos vigilada que la frontera con Guatemala y con más de 100 cruces irregulares detectados —uno cada dos kilómetros—, la frontera beliceña experimenta contrabando en distintas modalidades. Recientemente surgió uno nuevo: ganaderos menonitas establecidos en Belice venden ganado a sus contrapartes mexicanas a precios de ganga, aunque sin control fitosanitario alguno.

De noche las cabezas son cruzadas por el río.