ÁLVARO LESMES
Enviado especial de EL TIEMPO. 26 de Mayo del 2012.

EL TIEMPO estuvo en Majayura, donde Farc mataron 12 militares. Radiografía de una frontera caliente.
Una semana después del ataque de las Farc que dejó doce militares muertos en Majayura, corregimiento de Maicao, aún no se tienen noticias de los militares que el gobierno del presidente Hugo Chávez movilizó para reforzar la seguridad en ese pedazo de la frontera.
Lo que sí es evidente es el profundo temor que tienen los habitantes en ambos lados de la frontera. Majayura, en Colombia, y Guana, en Venezuela, están casi paralizados, esperando conocer el siguiente capítulo de un conflicto que, a pesar de que allá la presencia de irregulares armados es frecuente, nunca había mostrado una cara tan sangrienta.
Los niños llevan la semana entera sin pisar la escuela, que está a escasos 200 metros de una base militar. Los pocos que tienen familiares en otros lados han cogido camino. Pero la mayoría prefiere refugiarse en sus casas.
Los cultivos en ese punto donde muere la serranía del Perijá (que es el corredor natural de movilidad de la guerrilla desde La Guajira hasta Norte de Santander) están abandonados. Algunos campesinos no descartan incluso que si es cierto lo del movimiento de tropas ordenado por Chávez, la guerrilla se haya pasado para el lado colombiano, mientras pasa el chaparrón.
La verdad es que por las cuatro calles de Majayura solo se ve a los soldados del batallón Matamoros. Y aunque oficialmente Bogotá y Caracas hablen de cooperación, estos militares saben bien que, como ha pasado en los últimos años, sigan solos en la tarea de intentar asegurar la zona limítrofe.
No arrimarse a 'la raya'
"Con este yo me di plomo en enero. Me mató un soldado, pero lo dejé 'esquirliao' ", dice un cabo del Ejército colombiano mientras señala en el periódico la foto de Marcos Martínez Mendoza, alias 'Silfredo', uno de los jefes del frente 59 de las Farc.
El cabo tiene una misión difícil: cuidar el último tramo de los 89 kilómetros que hay en territorio colombiano del gasoducto binacional Antonio Ricaurte, que lleva 700 millones de pies cúbicos diarios de gas desde Campo Ballenas, en La Guajira, al estado de Zulia en Venezuela.
"En la frontera la ventaja la tienen los guerrilleros, porque nosotros solo podemos revisar el terreno de la raya hacia acá (...) De la raya hacia allá no podemos hacer nada, y ahí es donde aprovechan para atacarnos", dice el joven comandante del pelotón. En medio de un mar de arena, bajo el inclemente calor de La Guajira, él y sus hombres saben que un consejo que salva vidas es precisamente no acercarse mucho a los mojones que marcan la frontera.
Eso fue tal vez lo que pasó el lunes fatídico, piensan los militares. Sus colegas, que le daban seguridad a la reparación de una torre de energía, estaban muy cerca de 'la raya'. "En enero nos cogieron de sorpresa, como a los de Majayura. Eso fue un sábado. Saltaron de la frontera, pero nosotros estábamos bien despiertos y respondimos. Nos mataron uno, al centinela, pero cuando vieron que no podían hacer más se volvieron a ir para aquel lado", cuenta uno de los del Matamoros.
No es nada nuevo. Desde 2009 la Defensoría ha venido advirtiendo, a través del Sistema de Alertas Tempranas (SAT), que el frente 59 de las Farc, como lo dijo esta semana en el Congreso el ministro de Defensa, Juan Carlos Pinzón, usa la frontera como burladero para evadir la persecución de las Fuerzas Armadas.
Al otro lado se habla de campamentos de las Farc en Mara, Guajira (estado Zulia) y más hacia el sur, en Machiques, de un 'campamento madre'. Pero no necesariamente tienen que cruzar la frontera. Apenas a media hora de Majayura, en el lado colombiano, está Montelara, el principal sitio de acopio de la gasolina ilegal que llega desde Venezuela. Y allá nadie se atreve a dudar de que quien manda en el pueblo es la guerrilla.
Los grafitis -"Jorge Briceño vive", dice uno de ellos- son muestra visible de ello. "¿Quiere que me maten?", responde un habitante del pueblo cuando se le pregunta por qué no pinta la fachada de su casa, que está 'marcada' por el frente 59.
Las Farc cobran, sin falta, 'vacuna' por cada uno de los lotes, por lo menos 500, donde descargan cada día decenas de camiones cisterna que traen gasolina de contrabando desde Venezuela.
¿La tarifa? Hasta cinco millones de bolívares -un millón de pesos- cada mes. Pero esa no es la única entrada del frente 59. Cada camión que pasa la frontera debe pagar un peaje de un millón y medio de bolívares (300.000 pesos).
Hasta el agua, venezolana
En esta zona del país no solo la gasolina es venezolana. El agua que toman los habitantes también viene de Venezuela, también en camiones cisterna.
La comida es venezolana, los carros son venezolanos, la cerveza es venezolana. La única manifestación del Estado colombiano son los militares que patrullan las vías. La gente se queja incluso de que quienes se preocupan por tener al menos transitables las trochas son los contrabandistas que necesitan mover su mercancía.
En Maicao, a dos horas hacia el norte de Majayura, la gente espera que si finalmente hay una acción seria de las autoridades de los dos países contra las Farc, ojalá se extienda también contra 'los Rastrojos' y 'los Urabeños', las bandas que a punta de extorsiones han desterrado a muchos de los 'turcos' que por décadas hicieron grande el comercio de ese municipio.
La guerra a dos pasos del rancho de Julio y Gregoria
Ese lunes festivo, Julio se preparaba para llevar a su hija a la escuela. La niña, de 9 años de edad, estudia en Guana, la población venezolana que queda a escasos 500 metros de la finca donde trabajaba, en La Victoria, el sitio de la masacre.
Este hombre moreno se levantó ese lunes buscando a la 'palomita del diablo' que había estado cantando desde la 4 y media de la madrugada. Esa ave, una lechuza pequeña de color marrón, cuando canta es de mal agüero y hay que espantarla a piedra, dice.
"Le tiré la primera piedra y no voló. Le tiré la otra y tampoco. Le tiré tres y no volaba. Cogí tres piedras más y cuando le lancé la cuarta piedra, me cayó una lluvia de balas en los pies. Me tiré al suelo y le grité a la niña que corriera para la casa", cuenta.
Gregoria, su esposa, estaba al otro lado lavando unas yucas con las que iba a preparar el desayuno. Su hija se estaba bañando en un manantial que está al lado de la casa. Como pudieron todos llegaron a la casa, que quedó con más de un agujero de bala, y se escondieron debajo de un colchón.
A 50 metros de la casa quedaron los cuerpos de los uniformados muertos, cuenta el hombre que en este momento está viviendo en una casa semidestruida que le prestaron en Majayura.