Hay malestar por el clima de conflicto; no hay actos por el príncipe
Por Gabriel Sued | LA NACION
Domingo 05 de febrero de 2012 | Publicado en edición impresa
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BOTAS. Dice la tradición que quien deje calzado en este campo, cerca de la ciudad, volverá a las islas. Foto: LA NACION / Mauro V. Rizzi |
En cambio, en las calles de la ciudad es fácil encontrar reflejos de la fuerte tensión que se vive hoy con la Argentina y con los argentinos, menos de dos meses antes del 30° aniversario de la Guerra de Malvinas, un conflicto que sigue muy presente en la memoria de los isleños. La tensión volvió a recrudecer en las últimas semanas, en coincidencia con el deterioro de las relaciones diplomáticas entre los gobiernos de Cristina Kirchner y de David Cameron .
"Si son de la Argentina, no tenemos nada que hablar con ustedes. Sería mejor que se fueran y nos dejaran tranquilos", responde, enérgica, una mujer de pelo oscuro, de unos 40 años, sentada a una mesa de madera robusta, en la puerta de Globe Tavern, el pub más popular de la ciudad. "Van a tergiversar lo que les digamos", argumenta, muy segura y decidida.
La acompañan dos hombres y una chica rubia, de unos 20 años, que acepta dar su opinión, pero que prefiere no revelar su nombre. "Soy británica y quiero seguir siendo británica", dice, reafirmando sus dichos con un movimiento de manos con el que parece querer poner un punto final a la discusión. Su entusiasmo contagia a la señora que un minuto atrás no había querido hablar. "Queremos que nos dejen ser lo que queremos ser. Que nos dejen en paz", insiste, con gesto de hartazgo.
No es la única que no tiene reparos en mostrarse muy enojada con los argentinos. En la vidriera de una casa de regalos ubicada sobre Ross Road, la calle costanera por donde ayer caminaban algunos turistas y unos pocos isleños que decidieron aprovechar los pocos momentos soleados de un día lluvioso y frío, un letrero transmite un mensaje compartido por buena parte de los isleños. "Para la Nación Argentina y para su gente -comienza la frase, escrita con marcador negro sobre un pizarrón blanco-. Serán bienvenidos en nuestro país cuando abandonen su reclamo de soberanía y reconozcan nuestros derechos de autodeterminación."
Ni allí, frente a las aguas azules del océano Atlántico, ni en ningún otro sitio del pueblo, recostado sobre la pendiente de un cerro bajo, pueden verse manifestaciones de bienvenida al príncipe Guillermo, que permanecerá aquí seis semanas para un entrenamiento como piloto de helicópteros de rescate. No hay un pasacalles ni una bandera. Tampoco se ven fotos pegadas en las ventanas.
La llegada del heredero de la corona no modificó casi en nada la rutina de los isleños o "falklanders", como prefieren que los llamen los habitantes de este suelo. La única reacción a la presencia del príncipe se vivió por la mañana. El sobrevuelo de un helicóptero por la ciudad provocó el alboroto de algunas adolescentes, que salieron a la calle para saludar y fotografiar con sus celulares la nave en la que posiblemente viajaba Guillermo.
Por la tarde, el pueblo recuperó por completo la calma. Cerca de las 19, un chico con la camiseta roja del Manchester United, que pateaba una pelota desgajada de una esquina a la otra, era el único habitante de la calle King. Sin contar claro a las camionetas Land Rover, por lejos el modelo más elegido en las Malvinas .
Según explicó a LA NACION, el jefe de relaciones públicas del gobierno isleño, Darren Christie, no hubo actos públicos porque Guillermo no vino aquí como integrante de la familia real, sino como teniente de vuelo de la Fuerza Aérea. "Estamos contentos de que el príncipe esté aquí pero no es algo muy relevante. Probablemente no lo veamos nunca en las seis semanas, porque vino a cumplir con su trabajo", dijo a LA NACION Mike Summers, uno de los integrantes de la Legislatura local. "El teniente de vuelo Guillermo está aquí para hacer un trabajo", fue el título principal del semanario local Pengüin News , que una pareja de turistas escoceses que pasea por Ross Road se encarga de mostrar a LA NACION. Ellos también piden que en las notas a publicarse en la Argentina no se tergiverse la mirada de los isleños.
Si en las calles de la ciudad se respiraba cierta tensión, entre los funcionarios del gobierno isleño el trato no hubo el más mínimo rastro de conflictividad. Christie dio la bienvenida con una carta a cada uno de los periodistas que viajaron para cubrir las novedades del conflicto.
En el aeropuerto de Mount Pleasant, pegado a la base militar, los funcionarios de aduana también se mostraron muy amables. Eso sí, antes de permitir la entrada a los periodistas, un oficial de chaleco verde flúo verificó por teléfono que estuvieran acreditados. La demora fue de sólo cinco minutos. "¡Oh!", fue lo único que exclamó el funcionario que revisó parte del equipaje de LA NACION cuando se enteró de que estaba frente a periodistas argentinos. El vuelo de LAN, el único semanal que llega a las islas, aterrizó a las 14.37.
Otro de los que al caer la tarde paseaba por las calles de esta ciudad, abrazado con su mujer, era el reverendo Richard, el párroco de la iglesia anglicana local. "Nos parece que la Argentina está tratando de hacernos la vida más difícil", dijo, con extrema cordialidad. "Aunque ya pasaron 30 años, los argentinos tienen que entender que la guerra acá todavía se siente de manera muy profunda", agregó. Una primera mirada a la ciudad, basta pasa confirmar que las heridas siguen abiertas.
(Fuente)